Un escrito sobre experiencia en contexto escolar

Me gustaría empezar este escrito breve con una cita: «La homogeneidad, en la lógica escolar, parece partir, en buena medida, de la posibilidad de obtener logros relativamente homogéneos por medios homogéneos -por métodos relativamente únicos orientados por haber capturado la naturaleza del desarrollo o esencia humanas-, habida cuenta de la diversidad relativa de los sujetos. Es decir, los alumnos, aun los agrupados en un mismo grado y sección de una escuela común, poseen evidentes diferencias entre sí, pero estas, en la medida en que no afecten su educabilidad en términos de los tiempos y formas del dispositivo escolar, no resultan relevantes» (Baquero 2001). Antes de profundizar en ella, hablaré resumidamente de mi camino hacia una experiencia en mi paso por la escuela que ha dejado huella imborrable. 

Yo estaba en cuarto grado en una escuela privada de mi ciudad. Habré tenido entre 9 o 10 años. Mi desempeño académico era muy malo, casi no leía, no entendía cuentas simples de matemática, tampoco lograba conectar con mis compañeritos en la hora de los juegos y el recreo. No sé si me gustaba estar solo, pero parecía no tener opciones. Caminaba por los pasillos de la escuela, deambulando. Una seño, la seño de plástica, dijo a mi madre, tras informarle que yo no era capaz de “estar en su clase” que lo que a mí me pasaba era simplemente que “era un gil”. El año anterior el profesor de educación física me había hecho creer que iba a pasar a la bandera y me llamó al frente (a subir o bajar la bandera solo pasaban los “buenos alumnos”, así que era raro que me llamara) y ahí, delante de todos, dijo: “este chico que ven acá es tonto”. Todos rieron. Yo volví a la fila con la cabeza a gachas. Un compañerito puso su mano en mi hombro, todo se volvió gris. Había algo en mí, al parecer, que no andaba bien. Seguía contando con los dedos, leía un texto y confundía la palabra “personas” con “persianas”. Esas diferencias que todos los alumnos poseen entre sí, de las que habla Baquero, pareciera que en mí eran extremadamente notables e intolerables. Se resolvió que asista a la psicopedagoga, ciertos días a la semana, que lleve tarea extra a casa para que “aprenda mejor” y que tenga profesores particulares para que mi desarrollo esté a la par de lo demás. Mi madre, de vez en cuando, al observarme realizar las tareas en casa, a veces, se convencía de lo que mis maestras decían: que era un tonto. Pero, luego, volvía a ser madre y mientras me veía frustrado y perdido entre las tareas y las exigencias para “ser normal” como los demás, me decía: “A ver hijo, quizá esto te ayude”, y ponía canciones de Enya en mis tiempos de estudio. Y ahí, entre la profundidad de la musicalidad de Orionco Flow, logré hacer bailar a las tablas de multiplicar y captar el ritmo de números que antes me aburrían y ahora podían resultar agradables y amigables. Sin embargo, en la escuela no la pasaba tan bien, la dureza y la violencia escolar aún seguían. Ahora quería aprender tantas cosas pero la escuela me dolía. Y seguía deambulando. Recuerdo un recreo estar sentado solo en los pasillos y se acercó la Seño Rosa, me vio solo y me dijo: “leé nene, leé” y me acercó Cuentos de Oscar Wilde, allí estaba El ruiseñor y la Rosa y también El Príncipe Feliz. Significativamente eso cambió el curso de mi vida. 

Ahora bien sabemos que en la escuela también pasan otras cosas además de una cuestión de “aprendizaje escolar” o cuestiones meramente institucionales. Yo, verdaderamente, no entendía la escuela como un lugar amistoso ni mucho menos contenedor ni lo relaciono (o recuerdo) como un lugar de “aprendizaje” (en un sentido academicista), en mi paso por la escuela no solo aprendí las tablas de multiplicar o qué es el diptongo o un sustantivo o quién diseñó la bandera de mi país, ahí pasaron tantas cosas, mejor dicho, me pasaron tantas cosas que es imposible no mirar lo que me habita y no ver las huellas de mi experiencia en mi paso por la escuela. La experiencia, entendida según Larrosa (2003), se trata de estar expuestos, de dejarse, por decirlo de alguna manera, atravesar por todo eso que acontece y sucede. Creo que esto he experimentado con lo narrado anteriormente.


Bibliografía:

-       Baquero, R. (2001). Cap. 9. La educabilidad bajo sospecha. Cuadernos de Pedagogía. Buenos Aires: FFyL UBA.

-       Larrosa, J. (2003). Experiencia y pasión. En La experiencia de la lectura. Estudios sobre literatura y formación. México. FCE

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